Respuesta: Yo nací en Palencia y crecí en León, pero
Madrid siempre ha estado presente en mi vida. Los primeros recuerdos son de la
infancia, cuando ocasionalmente venía de visita a Madrid, y también se funden
con aquellas películas, la mayoría comedias, que nos proyectaban un Madrid
optimista y pleno de sol. Mis primeros recuerdos “en directo” son los edificios
de la Gran Vía, atravesados en medio de un tumulto de gentes con prisas pero
sorprendentemente sonrientes, esos cines y hoteles de esa arteria vital, la
querida Gran Vía, que, para los ojos infantiles, me asaltaban como titanes, hasta
desembocar en el mareo de las infinitas ventanas del Edificio España y de la
Torre de Madrid, el tráfico y el ruido incesante que excitaba esos perezosos
sentidos habituados a la calma.
Esa sensación, nerviosa y agitada, de estar en Madrid y respirar ese aire gozosamente impuro, pero sorprendentemente luminoso, de una ciudad castiza convertida en metrópoli, se junta en mi memoria con detalles anecdóticos como los engalanados uniformes de los conserjes ministeriales, con porte y ademanes displicentes de generales, o el tamaño colosal de las cornisas, atlantes y adornos de esa arquitectura que después, más conocedor de la historia de Madrid, identifiqué con el estilo enfático y monumental de Antonio Palacios, uno de los más geniales artífices del Madrid moderno. También, por supuesto, la seria solemnidad del Museo del Prado, el recuerdo de entrar con devoción religiosa a la catedral del arte es siempre un recuerdo imborrable que me hizo sentir el gran orgullo de participar en cierta manera de ese Madrid depositario y heredero de las luces de una Ilustración malograda por el goyesco duelo a garrotazos.
Esa sensación, nerviosa y agitada, de estar en Madrid y respirar ese aire gozosamente impuro, pero sorprendentemente luminoso, de una ciudad castiza convertida en metrópoli, se junta en mi memoria con detalles anecdóticos como los engalanados uniformes de los conserjes ministeriales, con porte y ademanes displicentes de generales, o el tamaño colosal de las cornisas, atlantes y adornos de esa arquitectura que después, más conocedor de la historia de Madrid, identifiqué con el estilo enfático y monumental de Antonio Palacios, uno de los más geniales artífices del Madrid moderno. También, por supuesto, la seria solemnidad del Museo del Prado, el recuerdo de entrar con devoción religiosa a la catedral del arte es siempre un recuerdo imborrable que me hizo sentir el gran orgullo de participar en cierta manera de ese Madrid depositario y heredero de las luces de una Ilustración malograda por el goyesco duelo a garrotazos.
P: ¿Madrid de día o de noche?
R: Reconozco que soy más alondra que búho y
ver despertarse a un Madrid vacío, como esas plazas metafísicas de Chirico, me
causa una atractiva extrañeza que se disipa conforme esta ciudad, nacida para
vivir con intensidad, se va poblando progresivamente de animación. Me gusta ir
con mi mujer y mis hijos los domingos temprano al centro, tomar churros, y
visitar las galerías sorprendentemente vacías del Museo del Prado para salir al
paseo a media mañana y sumergirnos de golpe en el tumulto y participar de esa
afición tan española del paseo, de ese vagar y divagar por las calles.
P: ¿Cuál es el lugar que más te gusta y el que menos de la ciudad?
R: Madrid, por supuesto, tiene muchos lugares
atractivos. Creo que recorrer el eje de los paseos, Prado, Recoletos y
Castellana, permite sumergirte de lleno en la historia estratificada de Madrid
y comprender sus múltiples significados, como villa regia, con los restos del
Buen Retiro, como ciudad ilustrada, que extraía a la capital del enrarecido
aire los claustros conventuales, la presuntuosa corte nobiliaria, con los
muñones de los palacios y palacetes que debemos recomponer como fragmentos
desconectados de unos paseos repletos de jardines, calesas y encopetados
paseantes, y, descollando sobre este caserío, los rascacielos que se elevan en
la Castellana, muchas veces sobre el solar de abatidas residencias nobiliarias,
y que demuestran el anhelo de incrustar el fulgor financiero en la metrópoli,
el estridente choque del viejo y el nuevo Madrid. Lo que menos me gusta son las
entradas y salidas de la ciudad, ese exceso de asfalto y de periferia anónima
que provoca desazón.
P: ¿Un buen sitio donde ir de tapas?
R: El bacalao y las croquetas de bacalao de
Casa Labra, en pleno centro de Madrid, me parece de lo mejor. Me gusta ir con
mi suegro, Javier, que me enseñó el sitio y a quien tengo un gran afecto, y
disfrutar de ese ambiente del siglo XIX que aquí se conserva de modo insuperable.
P: ¿Tienes algún lugar pendiente por descubrir?
R: Las grandes ciudades, como Madrid, nunca se
acaban de descubrir. Los claustros de los conventos, los subterráneos y
criptas, los áticos y azoteas de las casas, los jardines escondidos de algunas
villas que sólo vemos en sus fachadas… son muchos los misterios de las ciudades
que nunca desvelaremos del todo. Subes a un edificio como el Círculo de Bellas
Artes, te asomas por una ventana alta y descubres alrededor todo un mundo
velado desde la calle. Pero te diré algo fácil de hacer: me gustaría subir al
Faro de Moncloa y otear la ciudad desde arriba, con la ilusión de volar por
encima de ella.
P: ¿Dónde podemos hacer la mejor foto de la ciudad?
R: Los atardeceres de Madrid, con la luz de
poniente, permiten magníficas fotografías. La ciudad muchas veces parece
fundirse en dorados. Toda la cornisa del Manzanares es un magnífico estudio
fotográfico en esos insuperables otoños de Madrid.
P: ¿Qué lugar te gustaría descubrir a los lectores?
R: Creo haber hecho alguna contribución al
descubrimiento de Madrid con desvelar ese semblante de corte linajuda y a veces
arribista en los dos libros que he dedicado a la arquitectura palaciega de
Madrid (Palacios urbanos. La evolución
urbana de Madrid a través de sus palacios, publicado por el Ayuntamiento de
Madrid en 2010 y Palacios de la
Castellana. Historia, Arquitectura y Sociedad, publicado por Turner en
2011). Entre esos muchos edificios palaciegos que poblaron Madrid me gustaría
señalar el Palacete del Marqués de Mudela, obra de Lorenzo Álvarez Capra y
donde estuvo el retrato ecuestre del Duque de Lerma hoy en el Prado, pero lo
señalo porque este palacete sirvió de núcleo para la ampliación del edificio de
Bankinter de Rafael Moneo y Ramón Bescós que demostró que la mejor arquitectura
contemporánea ha sabido buscar una delicada adaptación y relación con su
entorno y hacer convivir el viejo patrimonio e incrementarlo con nuevas
creaciones. Lo mismo podría decirse del Palacete de don Eduardo Adcoch, situado
en Castellana 37, restaurado y ampliado por Rafael de la Hoz al convertirse en
la sede de la Fundación Rafael del Pino: en este edificio se realizó la
presentación del citado libro de Palacios de la Castellana y guardo un
excelente recuerdo de la amabilidad de su presidenta, Doña María del Pino, y de
su patronato que amablemente nos acogieron en esta digna casa.
Ignacio
González-Varas es profesor de Composición
Arquitectónica en la Escuela de Arquitectura de Toledo y autor, entre otros títulos, de libros dedicados a Madrid como Museos
del Paseo del Prado, Anaya, Palacios urbanos. La evolución urbana de
Madrid a través de sus palacios, Ayuntamiento de Madrid o Palacios
de la Castellana. Historia, Arquitectura y Sociedad, Turner. En este 2014
ha recibido el XI Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI-Universidad Nacional
Autónoma de México por su libro Las ruinas de la memoria, que
aparecerá próximamente publicado en México, Argentina y España.
Madrid
está esperando a que la descubras…
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